Delitos distribuidos.
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Mientras
usted lee estas palabras, su ordenador está desperdiciando millones de ciclos de
CPU. En otros lugares del mundo hay investigadores que deben tratar con
problemas cuya solución desbordaría la capacidad de las máquinas más potentes.
La conclusión es inmediata: ¿por qué no usar el tiempo de CPU desperdiciado para
formar un económico y eficaz superordenador? Puede hacerse y es un concepto
antiguo, pero la casi ilimitada conectividad de la Internet moderna lo ha puesto
de moda.
Bienvenidos a la computación distribuida, donde los usuarios de ordenador donan
su tiempo inútil a proyectos tales como el desciframiento de códigos, el estudio
de medicamentos contra el cáncer y la búsqueda de inteligencia extraterrestre.
Es una idea de colaboración de tipo altruista, con recompensas simbólicas en el
mejor de los casos. Pero si usted desea colaborar en alguno de estos proyectos,
vea antes lo que le sucedió a un infeliz informático norteamericano por
intentarlo...
David McOwen era administrador de sistemas en una universidad de Georgia, EEUU.
Un día, aprovechando una actualización, se decidió a instalar un pequeño
programa para colaborar en un proyecto de computación distribuida llamado RC5.
Se trataba de un intento de descifrar un código criptográfico, en un concurso
(llamados challenges, o desafíos) patrocinado por la empresa RSA Inc.
para probar la fortaleza de sus propios algoritmos de cifrado. Al parecer, sus
jefes no gozaban de un espíritu tan altruista, ya que lo expedientaron por ese
motivo. McOwen, descontento, dimitió, creyendo que con eso el asunto estaba
zanjado.
Cuál no sería su sorpresa cuando unos meses después fue acusado de ocho
violaciones de las leyes informáticas del estado de Georgia: un robo informático
y siete intrusiones, una por cada ordenador que utilizó para descargar el
programa de computación distribuida. Parece una broma, pero no las
consecuencias: quince años de prisión para cada una de esos ocho delitos. Sumen
a eso una multa de 400.000 dólares, más otro tanto en concepto de daños, y se
harán una idea de la espada de Damocles que amenazó a McOwen. Sin contar con que
su nueva empresa tardó poco en despedirlo por la mala publicidad.
Tan desproporcionado castigo proviene de una interpretación dura de una ley
redactada en términos vagos y poco claros. Técnicamente los delitos de McOwen
pueden considerarse como tales porque causó daños a su universidad y lo hizo sin
permiso y con fines lucrativos. Claro que eso último no está nada claro. Cierto
es que el desafío RC5 otorgaba al vencedor un premio de 10.000 dólares, pero la
mayor parte iría a proyectos benéficos; por otro lado, la probabilidad de éxito
era mínima.
En cuanto al cálculo de daños, el propio Gran Capitán envidiaría el modo en que
se echaron cuentas. El desafío requería enviar no más de un correo electrónico
al día. Sin embargo, la universidad calculó sus pérdidas en 59 centavos por
segundo en concepto de ancho de banda perdido. ¿Cómo llegaron a tal conclusión?
Muy sencillo. La universidad sumó todos los gastos de infraestructura de su red
(cableado, circuitos, RDSI, enrutadores) y lo dividió por el número de segundos
que tiene un año. Es como si el ministro de Fomento pretendiese que usted pagase
todas las carreteras y autopistas por las que circule su coche. ¿Increible? No
en un país donde su presidente, el hombre mejor protegido del mundo, casi se
ahoga con una galleta salada.
Por supuesto, los legendarios abogados norteamericanos se lanzaron al rescate.
Introdujeron dudas sobre el hecho de si McOwen estaba enterado de que su acción
no estaba autorizada, punto sin el cual toda la argumentación de la acusación
quedaba sin base. Argumentaron que el ánimo de lucro era ridículo en un concurso
en el que el 90 por ciento del premio no iría a parar a los bolsillos del
ganador. Y sin duda alguna, refutaron la exorbitante cantidad que la universidad
insistía había perdido en concepto de ancho de banda.
Y la acusación capituló. No retiraron los cargos, pero consiguieron lo más
similar a una exoneración. En un acuerdo para salvar la cara, David McOwen fue
condenado a un año de libertad condicional, una multa y algunas horas de
servicios comunitarios. Por desgracia, eso no le devolverá su empleo, ni tampoco
la ilusión de ayudar a otros de forma altruista. Pero al menos la resolución de
su caso ha logrado poner límites a la estupidez de los legisladores.
Por mi parte, declaro haber recibido una valiosa lección. No, no pienso borrar
mi salvapantallas de SETI@home. Lo que voy a hacer es llamar inmediatamente a la
universidad en la que trabajó McOwen (no les diré cuál) y les ofreceré mi ancho
de banda. A setenta céntimos por segundo, con una hora ya amortizo mi ADSL para
un mes. Y luego nos quejamos de que el pescado es caro...
Arturo Quirantes edita la página "Taller de Criptografía".